29 sept 2009

Nuevas tecnologías


El uso de las nuevas tecnologías, la imple-mentación de la era digital y el establecimiento de las llamadas "sociedades de la información" han generado una gran expectativa respecto a la vida que nos espera a la vuelta de la esquina y al efecto que éstas tendrán en nuestra cotidianidad: en la manera de relacionarnos como ciudadanos, como sociedad local, como Estado. Ya empezamos a medir el impacto de un nuevo tipo de relación con el mundo o, como diría McLuhan, con la aldea global. El avance de la tecnología representa un gran cambio, no sólo en la manera de llamar las cosas: hoy hablamos de revolución digital, sociedad cibernética, de democracia electrónica, autopista de la información, conexiones inalámbricas, redes telemáticas, educación on line, y ya existen numerosos estudios dirigidos a medir el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

Este avance también ha producido una importante modificación de los patrones de vida, individuales y colectivos: hoy conocemos nuevas maneras de entretenernos a través de las "redes sociales", que nos permiten entablar relaciones con personas que están al otro lado del mundo, con sólo mover un dedo. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías actúan como agentes catalizadores de una nueva sociedad, con un rumbo cultural, económico y social sin desigualdades, con la utopía de la materialización del progreso y del desarrollo. Sin embargo, vale la pena mantener los ojos abiertos ante todas estas promesas de cambios; no porque pretendamos inyectar el virus de la tecnofobia, que, sin más consideraciones, puede, por el contrario, alejarnos y aislarnos.

El impulso de las nuevas tecnologías en las naciones desarrolladas promete mantener e incrementar la brecha tecnológica de los países de menor desarrollo y menor poder económico. Esa diferencia real entre sociedades pobres y ricas tiene idéntica réplica entre los ciudadanos de una misma nación. Es decir: la capacidad económica es determinante para garantizar el acceso a las modernas conexiones, lo que genera varias categorías de ciudadanos, muchos de ellos tecnológicamente desconectados. Tenemos que valorar la sociedad de la información no sólo desde el punto de vista cultural y educativo, y en ello vale decir que su conformación está impregnada de la historia y del modo de producción liberal. De allí que la utopía del progreso, que descansa sobre el impulso del pensamiento del individuo y el poder de los mejores, amenaza esa promesa de igualdad de aldea global, que siempre actuará en función de aquellos que dominan el capital y tienen suficiente capacidad para desenvolverse en el lógico flujo del poder.

El reto es entonces, reconocer que la promesa de la modernidad, y el logro del pleno desarrollo de los individuos y de mejores sociedades, pasa por la modificación de estructuras económicas que profundizan cada vez más la gran brecha social; esa separación entre individuos y países del primer mundo, frente a los pobres del tercer y cuarto mundo, a los que edulcoradamente se les ubica en la eterna vía de desarrollo.

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