18 nov 2013

Ese interesante objeto llamado libro

Por: Rolando Cruz García


 A Todos los profesores y a los padres de familia en especial, nos corresponde promover el hábito de la lectura y proveer a nuestros niños y jóvenes de textos valiosos, de libros que les despierten el interés, que les permitan la comprensión, que les lleven a la reflexión, que les promuevan el pensamiento crítico; pero sobre todo, que les posibiliten maravillarse con las extraordinarias imágenes y evocaciones que nos regalan los libros.

Es por ello que se vuelve fundamental reflexionar acerca de ese extraordinario objeto llamado libro y que sigue siendo considerado como el material de comunicación escrita por excelencia; ese objeto tan especial, tan familiar y tan cotidiano, sobre el que pocas veces nos detenemos a pensar. Tanto para los autores, editores, críticos y bibliotecarios, como para los lectores, es indispensable conocer y revisar sus antecedentes históricos, sus fundamentos teóricos, su estructura, etc., con la finalidad de conocerlo más de cerca.
Ya ni hablemos de la trascendencia de las temáticas que aborda el libro, ya que existen tantos y tan variados temas, que nos perdemos en la cantidad y la calidad de los libros que podemos encontrar; lo importante es leerlos para poder sugerirlos como lectura valiosa. Es indiscutible entonces, la importancia del conocimiento acerca de la evolución técnica y tecnológica del libro, sobre todo en el acercamiento a este maravilloso artefacto, considerado como el objeto más sui generis de la creación humana.
Las particularidades de los textos, provienen de reconocer que existen al menos tres modalidades o áreas de estudio del libro: la primera se enfoca hacia el éste como transmisor o atesorador del conocimiento humano, acumulado a través de su historia. Desde este punto de vista, el libro se convierte en el objeto de estudio de semiólogos (que estudian los signos utilizados en un libro), filósofos y hermeneutas (interpretadores de textos), que han tratado de explicar esa memoria social en términos de la información transmisible a partir de los significados encerrados en los libros.
Otro acercamiento al libro como transmisor de conocimiento o de cultura, es aquel que lo aborda desde la perspectiva gnoseológica (teoría del conocimiento), protagonizada por los bibliógrafos, que han investigado y compilado todas las fuentes escritas en las diferentes esferas del conocimiento y la práctica del hombre; es por ello que ahora existen dos disciplinas que se derivan de la citada perspectiva: la bibliografía y la bibliotecnología, ésta última encargada del registro, clasificación y ordenamiento universal del los libros.
La segunda gran área de estudio del libro, es aquella que lo asume como portador de la escritura, como soporte o medio material de la comunicación escrita, es aquí donde se estudia al libro como fenómeno sociocultural o filológico (Filología: ciencia que estudia la lengua y la literatura de un pueblo, a través de sus textos escritos).
Filológicamente, estos estudios pueden darse desde una perspectiva idiomática (característica de un idioma), como por ejemplo la lingüística, o bien, desde una perspectiva estética (estudio de la belleza y el arte), como son los estudios literarios; además en este campo de estudio se incluyen la historia y la sociología del idioma y del libro.
Una tercera manera de acercarse al estudio del libro, es aquella más centrada en su análisis y comprensión, más como un fenómeno peculiar que como un simple portador de la lengua y la literatura. Este nuevo enfoque da lugar a un campo disciplinario llamado bibliología, que estudia el sistema integrado por la producción, circulación y consumo de libros, en el que intervienen la totalidad de sus componentes: el autor, el editor, el impresor, el librero o bibliotecario, el libro mismo (como producto), y el lector (como consumidor).
Este enfoque sistémico, que nos permite estudiar al libro como un sistema completo y complejo, es muy útil para analizarlo desde el autor (proceso de creación), el editor (proceso de producción), el impresor (proceso de reproducción), el librero o bibliotecario (proceso de difusión) y finalmente el lector (consumidor final). Este último componente del sistema es el que nos obsequia la retroalimentación, con la que se establece la comunicación escrita.
Cuando el autor genera su proceso de creación, establece una comunicación diacrónica (no simultánea, que se desarrolla a lo largo del tiempo), una comunicación escrita con un número indeterminado de lectores anónimos, con los que se vinculará teleológicamente (es decir, con un fin último) y de manera por demás explícita.

Agradezco sus comentarios a: rolexmix@hotmail.com
"Apaga el televisor y enciende un libro"
Anónimo popular

1 comentario :

Books Suppliers, S.A. de C.V. dijo...

Es alarmante lo que sucede en México:

Un país en el que casi la mitad de sus habitantes son pobres, es también uno en el que la posibilidad y capacidad de compra de libros es sumamente reducida. Lo anterior tiene muchas razones. La primera y quizá más simple es que en una nación en la que el consumo y el mercado interno están deprimidos, es prácticamente imposible que pueda desarrollarse una industria editorial fuerte.

La segunda razón por la que en un país se lee poco es el bajo nivel educativo de su población y con ello, la prácticamente inexistente cultura de lectura con los consecuentes bajos niveles de consumo de bienes y servicios culturales de calidad, generando con ello un círculo vicioso que termina en una baja valoración positiva del hábito de la lectura.

Más allá de ofertas en las principales librerías y una que otra feria en algunos estados del país, la evidencia demuestra un hecho: en esta administración no hubo acciones eficaces que, en el marco de la política educativa y cultural, permitieran fortalecer la industria editorial y con ello facilitar y promover una mayor producción, distribución y consumo de libros de calidad.

¿Cuánto se lee?

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura, 2009, (ENL) únicamente el 56% de la población declara leer libros; el 30% sostiene no leer libros, pero sí haber leído algún libro una vez en la vida, mientras que el 12% de la población declara que nunca ha leído un libro.

Las personas que más leen son los jóvenes. De acuerdo con la citada encuesta el 70% de las y los jóvenes de 18 a 22 años declaran leer libros; las personas de 23 a 55 años declaran en un 53% que leen libros; mientras que entre los mayores de 41 años la lectura se reporta en únicamente el 41% de quienes se encuentran en ese grupo de edad.

Entre quienes no tienen ninguna escolaridad sólo el 20% declara leer libros; el porcentaje es de 43.8% entre quienes concluyeron estudios de primaria; el 55.7% de quienes declaran haber terminado la secundaria sostiene que lee libros; el 60% de quienes terminaron el bachillerato declara también que sí lee libros, mientras que entre las y los universitarios, el porcentaje de lectura de libros es de únicamente 76.6%; es decir, somos un país en el que incluso entre quienes cuentan con estudios superiores, hay uno de cada cuatro que no lee libros.

Sin disponibilidad

Es evidente que en una sociedad como la nuestra, el Estado debería tener una doble política: por un lado, facilitar el acceso a los libros a través de una eficaz red nacional de bibliotecas; y por el otro, generando mecanismos de fomento para la producción y distribución de libros. Ninguna de las dos funciona bien en México.

Para dar contexto a lo anterior basta señalar que según los datos del INEGI, en el país hay únicamente 7,378 bibliotecas públicas en el país, es decir, apenas una por cada 15,226 habitantes. Si cada una de estas bibliotecas tuviese en promedio, por citar sólo un número, 5 mil ejemplares, tendríamos un promedio de 0.3 libros por habitante; en países como España la proporción es de 20 libros por persona; en Finlandia es de 25 y en Noruega de 28.

Las 10 entidades con menos bibliotecas públicas por habitante son: baja California con una biblioteca por cada 34,671 habitantes; Tamaulipas con una por cada 29,986; Guanajuato con una por cada 29,496 personas; Querétaro con una por cada 29,014; Quintana Roo con una por cada 26,511; Jalisco con una por cada 26,159; el Estado de México con una por cada 22,752; San Luis Potosí con una por cada 21,911; el Distrito Federal con una por cada 21,693 y Chihuahua con una por cada 20,520.

*Fuente Excélsior*

Es realmente preocupante lo que sucede.

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