19 ene 2008

Bibliotecas en peligro


Plagas, microorganismos y gases ponen en peligro la conservación de los libros si no se toman medidas para combatirlos

Cómo recuperar y conservar las obras


Cuando el desgaste se ha producido, se pueden aplicar una serie de procedimientos que abarcan desde una simple reparación a una restauración completa. Asimismo, en opinión de Arsenio Sánchez, cualquier biblioteca, por pequeña que parezca y por escasos que sean sus recursos, puede contar con un programa de conservación adaptado a sus necesidades, con resultados beneficiosos. En definitiva, cuidar y conservar de la mejor manera posible los libros y demás archivos es un trabajo que atañe a todas las personas que forman parte de una biblioteca, desde el mismo personal, que debe procurar unas medidas de seguridad mínimas, hasta el propio usuario, que debe respetar al máximo el material que utiliza, lo que evitará en gran medida que haya que acudir a la restauración, un proceso caro y laborioso y en ocasiones, cuando se llega demasiado tarde, infructuoso. Los restauradores son los expertos que se encargan de recuperar en lo posible las obras dañadas. En España, por ejemplo, existe el Instituto del Patrimonio Histórico, que se encarga de la restauración de libros y manuscritos.

¿Cómo se pueden hacer frente a todos estos peligros? Entre las medidas de precaución más efectivas destaca el control de la calidad del aire, por medio de filtros químicos o extractores húmedos, o manteniendo en la medida de lo posible las ventanas exteriores cerradas. Otra medida útil consiste en el almacenamiento de los ejemplares en estuches protectores, especialmente aquellos compuestos de materiales como el carbón activado, capaces de absorber los agentes contaminantes. En los últimos años, se están utilizado además microclimas específicos que limitan las posibilidades de proliferación de plagas y de paso se controla el contenido de humedad de los objetos. Si los libros acaban llenándose de hongos, especialmente en el caso de haber entrado en contacto con el agua, algunos restauradores aconsejan congelarlos, de manera que desaparezcan y las hojas no se peguen.

No obstante, si algún agente biológico ya ha logrado ocasionar daños, la intervención inmediata es necesaria, evitando la utilización de microbicidas e insecticidas de amplio espectro, que causan toxicidad y alteraciones físico-químicas en los materiales tratados. En el caso de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, los libros se empaquetaron al vacío y en las bolsas se inyectó nitrógeno, un sistema que elimina los insectos y no daña la celulosa ni el cuero de los libros. El uso de gases inertes como el nitrógeno o el argón ya se ha empleado para eliminar unas 20 especies de los insectos enemigos de las bibliotecas. El nitrógeno, aunque tiene un efecto letal más lento que el gas argón, es más económico para realizar los tratamientos de desinsectación, de ahí que suela ser más utilizado.

En el caso de las termitas, una técnica que ha dado buenos resultados es la utilización de un producto químico, llamado fenoxycarb, que provoca que los obreros se conviertan en soldados, por lo que al no haber nadie que realice las tareas propias de buscar el alimento, acaban luchando entre sí y se autodestruyen. Otra técnica utilizada por los científicos en la agricultura o la forestación para el control de plagas consiste en controlar los insectos dañinos mediante sus parásitos. Sin embargo, como exponen Mireya Manfrini y Claudio Sosa, en el caso de las bibliotecas se trata de un procedimiento limitado, puesto que los parásitos de los insectos que atacan al papel sólo disminuyen el número de insectos dañinos, por lo que los libros siguen sufriendo el deterioro de los supervivientes.

Por último, Arsenio Sánchez recomienda seguir una serie de directrices generales para la conservación de las obras, aunque siempre dentro de las políticas concretas de cada institución y del tipo de obras que posee. En este sentido, subraya que la limpieza es fundamental, siempre de manera cuidadosa, evitando lejías o detergentes comerciales. Si se descubre algún libro con moho es necesario aislarlo del resto, secarlo y revisar los ejemplares contiguos, pues probablemente también estarán contaminados. En caso de detectar volúmenes dañados por insectos, habrá que examinar cuidadosamente la zona por si se trata de una plaga o de un ejemplar aislado y avisar a un especialista llegado el caso. En cuanto a la iluminación, nunca se deben dejar libros, grabados o dibujos expuestos a los rayos solares o a luces fluorescentes.

El control de la humedad y el calor también es importante, se deben airear las habitaciones para evitar la formación de condensaciones o microclimas que puedan favorecer el desarrollo de moho. Si hay que reparar algún ejemplar, no se debe utilizar celo, sino cola de encuadernación o cintas autoadhesivas de estabilidad comprobada. La correcta colocación de los libros en las estanterías también es muy importante, evitando en lo posible ubicar libros de distinto tamaño de manera correlativa, o de manera muy apretada. Si se trata de documentos sueltos, como revistas, se recomienda conservarlas dentro de cajas de cartón, preferiblemente no ácidas, aunque por su elevado precio se pueden utilizar otros materiales menos estables siempre que se sustituyan periódicamente. En cuanto a los lectores, han de concienciarse de que su colaboración, respetando las normas de utilización de las obras, es fundamental para su conservación.

Fuente: http://www.consumer.es/web/es/medio_ambiente/urbano/2005/04/19/141302.php?page=4



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