10 ene 2012

Valor y violencia

Por:Guillermo Descalzi



La semana pasada una reyerta entre alumnas de una escuela local terminó con una adolescente apuñalada. En el 2008 una jovencita asesinó a tiros a otra estudiante. En el 2009, Juan Carlos Rivera, de 17 años, fue apuñalado por un escolar en una secundaria de Coral Gables. El mismo año un grupo de muchachos roció alcohol sobre un compañero y le prendieron fuego.
Las vibraciones que salen de nuestras escuelas en casos como estos no pueden ser más feas. En los años setenta, cuando empecé a trabajar junto a mi amigo Enrique Gratas en San Francisco, la voz era tener una ‘buena vibra’. No sé de dónde salió eso de una buena vibra. Viví en los alrededores de una subcultura hippie en la que buscábamos tranquilidad anestesiada, algunos con marihuana, otros con amor libre, los demás buscando por aquí y por allá algún exceso que nos diera satisfacción. Buscábamos tranquilidad a la carrera, quizás porque vivimos en un mundo donde todo se mueve.
La tierra gira a 1040 millas por hora. El planeta se mueve alrededor del sol a 66,660 mph. El sistema solar se desplaza a 558,000 millas la hora. La galaxia lo hace a 650,000 mph, etc. Nos preguntamos por qué no tenemos calma. La respuesta es fácil. Las carreras en las que estamos metidos son reales, mucho más reales de lo que pudiésemos imaginar. Buscamos seguridad alrededor nuestro. No nos damos cuenta que la seguridad que buscamos es interna, individual, lograda por cada uno en cada uno de nosotros. Es una seguridad que implica valor, pero la inmensa mayoría buscamos valor donde no existe. 
Creemos que se encuentra en alguna actitud, en ciertas hormonas, en alguna capacidad para responder a la agresión, en algo que nos haga fuertes. Nada más equivocado. El valor está en el campo de vida que emana de cada uno, similar al campo magnético de la tierra cuya presencia nos protege de la radiación solar.
La condición de nuestro ser determina el campo de vida de cada uno. El problema está en que la mayoría de seres humanos somos más aparentes que reales, y solo lo verdadero tiene campo de vida. La mayoría tenemos campos fragmentados, con tremendos vacíos por donde entra y sale el torbellino de la existencia. Somos como antenas. La giramos para allá y la conexión se pierde. La giramos un poquito para aquí y la conexión vuelve. Somos emisores/receptores de conciencia. La calidad de nuestra conexión depende de la aceptación de nosotros mismos. Si nos aceptamos como somos, estaremos bien conectados. Estamos mal cuando no nos aceptamos, cuando en nuestra poca estima empezamos a negar porciones de nuestro ser. La negación deja temor y arrogancia.
Del ser verdadero sale tranquilidad y valor. El valor acepta. La arrogancia rechaza. No hay valor sin aceptación de nuestros defectos. La arrogancia los niega. El valor es suficiente y en su suficiencia hay tranquilidad.
Dos de los 67 condados de la Florida, Miami Dade y Broward, son los que más violencia reportan en sus escuelas. ¿Cuál es la respuesta? La respuesta del sistema es policías en las escuelas. Es detectores de metales, cámaras de circuito cerrado en pasillos, salones y lugares de recreo. Es una escuela especial para jovencitas embarazadas. La respuesta es estudiar el problema.
Se ha estudiado tanto que hay dos estadísticas de espanto. La edad promedio en que nuestros alumnos empiezan a beber alcohol es a los 12.6 años. La edad promedio para la marihuana es 13.8 años. La respuesta a la violencia escolar debiese estar en cambiar el patrón de conducta entre los alumnos y alumnas, y para eso se necesita promover el valor de ser, ese que se encuentra en toda persona real.
Hoy los medios de comunicación propagan violencia como patrón de conducta en ambos lados del bien y del mal. Los guardianes del bien también son violentos. Ganan los violentos. Enaltecemos la complejidad y la pasión. Debiésemos enaltecer la serenidad y sencillez, la aceptación de nosotros mismos tal y como somos. La mayoría nos rechazamos por sentirnos insuficientes. Sentirnos insuficientes nos lleva a actuar como si estuviéramos a punto de ahogarnos, alzándonos sobre los demás, hundiendo a cualquiera con manotazos de desesperación.
Los muchachos de hoy no son distintos de aquellos que fuimos ayer. Buscábamos buena vibra pero ignorábamos lo que era. Buscábamos prevalecer cuando debiésemos haber buscado armonizar. Buscábamos la admiración de otros cuando debiésemos haber buscado estima propia. El mundo no está en eso. El mundo está en prevalecer sobre los demás. Debemos prevalecer, sí, pero sobre nosotros mismos.

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