3 may 2012

La prehistoria del libro


Por: Nora Bäer
Con sus mesas atestadas y sus pasillos desbordados de paseantes, el espectáculo de la inabarcable Feria del Libro de Buenos Aires nos hace olvidar que esos volúmenes hoy tan al alcance de la mano alguna vez fueron preciados tesoros a los que sólo tenían acceso reyes, emperadores y otros poderosos.
Según cuenta Lionel Casson en Las bibliotecas del mundo antiguo, (Ediciones Bellaterra, 2003), los primeros ejemplos de escritura se encontraron en Egipto y Mesopotamia, y contenían anotaciones de asuntos prácticos, como cantidades de animales, ánforas o cestos, que se guardaban archivadas para facilitar su localización o consulta. Uno de estos hallazgos se produjo en los años ochenta, cuando arqueólogos que buscaban en el palacio real de Ebla dieron con su archivo principal: contenía unas dos mil tablillas de arcilla que aparentemente estaban depositadas allí cuando unos invasores incendiaron el palacio.
"Al parecer -escribe el profesor de la Universidad de Nueva York-, se guardaban en estantes de madera adosados a las paredes y, cuando los estantes se quemaron, las tablillas cayeron al suelo. La mayoría eran registros administrativos: casi un millar de piezas contenían listas de telas y metales distribuidos por las autoridades de palacio, mientras aproximadamente otro centenar tenía que ver con cereales, aceite de oliva, tierras de cultivo y la cría de animales (...) En unas sesenta había inscriptas listas de palabras en sumerio, nombres de profesiones, de lugares geográficos, de pájaros y peces. Veintiocho presentaban listas bilingües, en sumerio y en su traducción al eblita ". Estas últimas eran algo así como el archivo de los escribas.
La colección de Ebla podía consultarse de una ojeada, pero las posteriores la superarían ampliamente.
Por ejemplo, la del rey asirio Asurbanipal, él mismo muy culto y ducho en el "arte de escribir", no tendría igual durante tres siglos y medio, dice Casson. En la segunda mitad del siglo XIX, los arqueólogos británicos que trabajaban en Nínive, la sede real de Asurbanipal y sus antecesores, hallaron una enorme cantidad de tablillas entre las ruinas de sus dos palacios, y entre ellas, los textos de Gilgamesh, el mito de la Creación y la mayoría de las obras más famosas de la literatura del antiguo Oriente cercano conocidas hasta hoy.
La biblioteca, que era la colección privada del rey, había sido creada para su "real contemplación", pero al parecer tenía el mismo problema que muchas actuales: el robo. Para hacerse una idea del valor que se les asignaba, basta con mencionar que las tablillas de arcilla del "Rey del Mundo", contenían una maldición para quien se llevara alguna, que condenaba al ladrón a que se borrara "para siempre su nombre y su simiente de la tierra".
Más tarde, la biblioteca de Alejandría, de la que se dijo que era la depositaria de todos los libros del mundo antiguo, llegó a tener más de medio millón de obras catalogadas. Como su archivo se componía de obras escritas o copiadas a mano, el poeta Calímaco, ayudante del primer bibliotecario, Zenódoto, enviaba emisarios a comprar bibliotecas enteras a distintos lugares del mundo conocido o pedirlas en préstamo para hacer réplicas "editadas". Es más, según cuenta Simon Singh en El último teorema de Fermat (Editorial Norma, 1999), tanto los grandes barcos que llegaban al puerto de Alejandría como los turistas eran inspeccionados en busca de textos, y cuando se les encontraba algún libro, lo requisaban y lo enviaban a la biblioteca para que los amanuenses lo copiaran.
¡Pensar que, según las crónicas de la época, Marco Antonio le ofreció a Cleopatra, como ofrenda, 200.000 volúmenes traídos de la biblioteca de Pérgamo! A un promedio de 80 pesos el libro, de acuerdo con los precios actuales, aquél fue un regalo de unos ¡16 millones de pesos!, unos cuatro millones de dólares...

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